El camino de la Joyería de mis tíos a casa me lo sé de memoria. Tanto tiempo que viví en Piura. Pero en el cambio de semáforo, Pepino, como le decimos de cariño a mi tío, giró su auto a la derecha. Era casi las dos de la tarde y en casa nos esperaba la comida lista. ¿Dónde vamos? Tú síguenos nomás, me callaron.
Después de 4 minutos (la ciudad es chiquita) caímos en un bar-restaurante. Pero no era un bar cualquiera. Era el bar, con tradición y todo, uno de los más antiguos de Piura.
Pronto llegaron esas costillas de cerdo con 'majado de yuca' súper humeantes, calientes y de sabor indescifrable, sazonadas con un no lo sé, que me hicieron olvidar que el local estaba oscuro, que había bulla por todos lados, que jamás había escuchado el nombre de ese restaurante. Me olvidé de todo. Sólo eran las costillas y yo. No le hice caso ni al ceviche ni a los demás platos de la mesa. No existía nada más.
Mis tíos hablaban sobre las comidas típicas antiguas de Piura; pero yo no oía. Estaba sorda y muda. Lo único que recuerdo es que el bar se llama Teresa, que todos conocen cómo llegar, menos yo. Pero lo que sí sé es que salí con la barriga llena y el corazón muy contento.
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